La naturaleza humana está inscrita en las leyes biofísicas de vida y muerte, lo cual nos obliga a plantearnos nuestra relación con el planeta Tierra y nuestro destino como especie. Una especie humana cuya larga evolución cosmo-eco-biológica daría lugar a una enorme diversidad de culturas singulares que se han ido fecundando mútuamente desde sus inicios. La emergencia de la ciencia ecológica, la cosmología y la biología molecular, han llevado a la comprensión sistémica y transdisciplinar de que el universo está dentro de nosotros, al mismo tiempo que nosotros somos el universo. El género humano lleva en su ADN toda la historia del universo y de la vida.
Naturalmente, la antigua concepción reduccionista y monodisciplinar de la ciencia, resulta ciega ante la auto-eco-organización que se produce en toda autonomía viva. Las ciencias del siglo XIX y XX albergan la dicotomía humano/animal y cultura/naturaleza a pesar de la demostración darwiniana que contempla al ser humano como una larga evolución de la estirpe de primates Hominoidea. Efectivamente, el principio auto-eco-organizador se caracteriza por la autonomía y la dependencia de la vida humana respecto a su medio ambiente. Es decir, la autonomía humana es inseparable de la dependencia de recursos energéticos naturales de su entorno. Por este motivo, el entendimiento de la prehistoria, con las sociedades cazadoras-recolectoras como último vestigio de la humanidad primitiva del homo sapiens, supone un punto de partida transcultural en la actual sociedad-mundo del siglo XXI.
En estas sociedades cazadoras-recolectoras organizadas por clanes, los géneros masculino y femenino no sólo se diferenciarían biológicamente a través de sus órganos sexuales, sino que también comenzarían a establecer diferencias en sus roles socio-culturales. Probablemente, las funciones socioculturales características de la bioclase masculina, como la caza o la guerra, provocarían un mayor desarrollo en el hemisferio cerebral izquierdo del encéfalo, que es la parte neurofisiológica que trabaja la lógica, el análisis y la planificación. Por el contrario, las condiciones socioculturales de la bioclase femenina de este periodo, como la recolección de plantas y frutas -además de los cuidados maternales tradicionales-, daría lugar a un mayor desarrollo del hemisferio derecho, que es la parte encargada de las sensaciones, los sentimientos, la empatía, la intuición y la aprehensión global.
Las condiciones de vida dadas a partir del Paleolítico Superior provocarían la dispersión de grupos humanos por la Tierra-Patria durante los últimos 40,000 años de la prehistoria, dando lugar a la emergencia de sociedades históricas en Oriente Medio, India, China, México y los Andes. Hace ocho o nueve milenios, durante el cambio climático del periodo interglaciar de la escala temporal geológica del holoceno, nuevas sociedades complejas comenzarían a organizarse en ciudades-estado: dominando técnicas agrícolas, la transhumancia y la alfarería. La civilización humana abandonaba la economía de subsistencia basada en la caza nómada, para crear una economía sedentaria basada en la complementaridad sociocultural de la bioclase masculina y la bioclase femenina, es decir, con la simbiosis entre las pluricompetencias de los dos géneros.
Efectivamente, con la comprensión de los roles de género en las sociedades prehistóricas, vislumbramos que el ser humano está ante el mayor desafío ético y humanista al que haya podido enfrentarse jamás durante toda la historia de su propia existencia. No existen rincones en el mundo donde la revolución de las telecomunicaciones no haya conseguido llegar para arrojar las vergonzosas cifras de desigualdad y violencia de género que asolan la faz de la Tierra en los albores del siglo XXI. Todo el hábitat terrenal es conocedor de tan bochornosa y paupérrima situación de la vulnerabilidad femenina: discriminación laboral y educativa, pobreza, analfabetismo, maltrato, matrimonios tempranos, mutilación genital, tráfico, esclavización…
El conocimiento nos hace responsables. La responsabilidad y el compromiso ético es, inexorablemente, universal. Se hace necesaria una reformulación planetaria y multidimensional de los valores transculturales de la sociedad-mundo actual y futura. Los prejuicios machistas existentes en las mentes y en los comportamientos en determinadas regiones del planeta, con sistemas patriarcales más o menos marcados, representan el ocaso del pensamiento lineal y unidimensional del ser humano, donde la testosterona se impone a la foliculina. Por tanto, se requiere un profundo nivel de concientización que comprenda la igualdad y la equidad de la condición femenina como el progreso común de la especie humana. Una especie que debe aprender a reconocerse en el rostro de su opuesto y complementario biológico, independientemente de sus creencias culturales o religiosas.
Hablamos de iniciar una nueva etapa en la historia de la humanidad: la cosmodernidad. Una etapa humana caracterizada por la participación activa de la civilización planetaria en el cosmos, cuyo principio auto-eco-organizador suponga una estrecha simbiosis entre los opuestos polares yin y yang, así como el amor genuino a los fenómenos interrelacionados de la ley cósmica. Hablamos de comprender todas las problemáticas mundiales desde una nueva espiritualidad libre de dogmas, y desde la abertura que la física cuántica nos aporta, para evolucionar hacia el homo conscienciatus.
Javier Collado Ruano
Director de Edición
This article was published on 8th March: International Women´s Day, in Global Education Magazine.